En la Europa medieval, el cocodrilo era un animal poco menos que mitológico, conocido apenas por las referencias de griegos y de latinos, que lo habían visto en Egipto. Los romanos lo llamaron crocodilus, palabra que tomaron del griego krokodeilos.
Los griegos acuñaron ese nombre, tomándolo de kroké ‘piedra’ y drilos ‘gusano’, después de haber observado a los cocodrilos disfrutar del calor del sol, sobre bancos de arena y en la ribera de los ríos, quietos como piedras.
El mito de que los cocodrilos emitían un sonido semejante a un sollozo cuando atraían a las personas hacia su cueva y que, después de devorarlas, dejaban caer amargas lágrimas, tal vez de compasión por el triste destino de sus víctimas, se venía difundiendo desde las épocas de la Antigüedad clásica. Éste es el origen de la expresión lágrimas de cocodrilo, usada hasta el presente para referirse a quien llora fingiendo un sentimiento que no es verdadero. Sin embargo, hoy se sabe que tales lágrimas no son más que una secreción que sirve para mantener húmedos los ojos del saurio cuando está fuera del agua.